El lince ibérico es una especie muy territorial, no tolera la presencia de otros semejantes del mismo sexo en su zona de actividad. Es por ello que los individuos más jóvenes se ven obligados a abandonar el territorio materno e ir en busca de uno propio que les proporcione el cobijo y el alimento necesario para, llegado el día, reproducirse en él. Este periodo que comprende desde el abandono del territorio materno hasta el asentamiento en un territorio propio es conocido como periodo de dispersión y es un proceso generalizado que afecta a la mayor parte de los linces menores de 2 años.
¿Cúando se inicia y qué distancia recorren?
La dispersión se inicia normalmente cuando las crías tienen entre 13 y 24 meses de edad (Ferreras, P., 2004). El tiempo que un lince invierte en la dispersión oscila entre un mes y un año y medio, dependiendo de la distancia a terrenos óptimos que no se encuentren ocupados. Durante la dispersión aumenta el riesgo de muerte del animal al tener más interacciones con las actividades humanas, así como al no poder acceder tan fácilmente al alimento como los individuos residentes. Durante este proceso los jóvenes utilizarán cualquier tipo de hábitat forestal, rechazando las zonas abiertas.
La dispersión tiene un marcado componente estacional, es decir, no se produce de forma aleatoria a lo largo del año sino que es durante el primer semestre, de enero a junio, cuando se producen el mayor número de eventos dispersantes. Se ha descartado que la falta de alimento o la competencia por el mismo sea la causa de abandono de los cachorros del territorio materno e inicio de la dispersión dado que es en los primeros seis meses del año cuando las poblaciones de conejo alcanzan sus máximos poblacionales. La explicación a esta estacionalidad parece responderse desde un punto de vista social, esta época coincide con un mayor número de interacciones entre individos debido a que es a inicios de año cuando tiene lugar el celo de esta especie. La fuerte competencia territorial que tiene lugar en esta época parece ser la causante del inicio de este proceso dispersante. De este modo, en territorios con una mayor densidad de linces los jóvenes dispersan antes que en territorios con menos carga.
El tiempo que un lince invierte en la dispersión oscila entre un mes y un año y medio.
Cuando inician la dispersión los cachorros comienzan a buscar un hueco próximo al territorio materno, no llegando a desplazarse más de 60 km (Simón et al. 2012). Mientras lo encuentran, los jóvenes se moverán por zonas periféricas, generalmente de peor calidad (en cuanto a hábitat y a disponibilidad de recursos) y realizarán incursiones periódicas a la población a la espera de encontrar su oportunidad. En algunas ocasiones las distancias de dispersión son mínimas porque se da el caso que en el territorio materno, o cercano a este, se produce una vacante y es ocupada por algún joven (no es lo más frecuente), o que el joven expulse a algún individuo residente ya en la zona (aún menos frecuente dada la diferencia de edad y corpulencia entre adultos y jóvenes). Sin embargo, no es tan raro que las hembras permanezcan junto a sus madres incluso cuando éstas ya esté criando a una nueva camada, llegando a repartirse, o a heredar en un futuro, el territorio de su progenitora, por lo que durante el primer año es más probable que se produzca la dispersión de los machos que de las hembras.
Debido a la fragmentación y alteración del hábitat y a la escasez de conejos existente, los linces en dispersión necesitan recorrer grandes distancias en la búsqueda de ese nuevo territorio donde asentarse. Este enorme desgaste físico y mala alimentación conllevan que los linces en esta situación presenten un estado mucho más estilizado que corpulento a diferencia de los individuos asentados.
La finalización de la etapa de dispersión es difícil de detectar puesto que durante este proceso el animal realiza asentamientos temporales en zonas que no se corresponden con el asentamiento definitivo (Palomares, F., et al. 2000).
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